En un pueblo que cree que las almas de los difuntos vuelven al mundo de los vivos, con la finalidad de probar la comida que en vida les gustaba y contemplar la existencia de los seres queridos que lamentablemente dejaron atrás.
Todo comienza cuando las familias visitan la última morada del cuerpo de su ser amado, limpian y decoran las tumbas con coloridas coronas de flores, las cuales se cree atraen las almas de los muertos.
En la noche, estas almas cruzan el abismo y son orientadas por el brillante color de las flores de cempasúchil y la cálida luz de las velas, que los guían a través del camino marcado desde la oscuridad de su tumba hasta el lugar donde un día ellos vivieron.
Al llegar a su destino, estas hambrientas almas, son seducidas por el suculento aroma de los platillos preparados y colocados en las ofrendas por sus familiares vivos, esto los nutre y ellos sin dudarlo, consumen la esencia de estos alimentos.
En cierta ocasión, un hombre no respetó el día de muertos. Se trataba de un hombre que no quería perder un solo día de trabajo en su parcela. Así que cuando llegó la fecha de celebrar el día de muertos, pensó: “No voy a perder mi tiempo en este día, debo trabajar en mi parcela, cada día debo buscar algo para comer y no voy a gastar mi dinero para festejar a los muertos”.
Así que se fue a trabajar al campo, cuando estaba más inmerso en su trabajo, escuchó una tenue voz que transitaba con el helado viento, le decía: “Hijo, hijo, hijo mío, tengo hambre”.
El hombre sintió un terrible escalofrío que recorrió su espalda y lleno de temor pensó que su imaginación le hacía escuchar cosas, poco después en el viento volvieron a escuchar más voces, claramente y como si se tratara de personas que conversaban entre sí, lo llamaban por su nombre.
Desconcertado, tomó un momento para reflexionar sobre lo que estaba viviendo y reconoció claramente que aquellas voces pertenecían a sus familiares fallecidos, que clamaban por las ofrendas que les había negado.
Inmediatamente dejó su trabajo y regresó corriendo a su casa, al entrar le dijo a su mujer que preparara comida como si fueran a recibir invitados, todo esto con la finalidad de ofrendarlas a sus difuntos en el altar familiar. Mientras la mujer trabajaba sin cesar en la cocina preparando las ofrendas, el desconcertado hombre, creyendo que cumpliría con la tradición, decidió tomar un descanso, así que se recostó por un rato.
Cuando todo quedó listo, la mujer intentó despertar a su esposo, pero está no lo logró, pues el hombre entre sueños ya había muerto. Aunque había cumplido la tradición y lo que solicitaban las almas, estas de todos modos decidieron reclamar la suya.