Gilles de Laval nació en cuna de oro en 1404, quedó huérfano a la edad de 11 años y fue criado por un abuelo violento.
El nombre con el que se le recuerda en el papel de villano es Gilles de Rais, pues tras la muerte de su abuelo se convirtió en barón de Rais y heredó dos inmensas fortunas, que lo hicieron más rico que el rey Carlos VII.
Era dueño de tierras tanto en Francia como en Bretaña, que era una región autónoma aliada a Inglaterra.
Los dos reinos estaban enfrentados en la Guerra de los 100 Años y Francia estaba a punto de reconquistar la ciudad de Orleans, en una campaña liderada por Juana de Arco.
Gilles de Rais cabalgó con Juana de Arco y fue su mano derecha; sus vidas fueron una mientras la de ella duró.
A la edad de 25 años, De Rais se ganó el título de Mariscal de Francia.
Pero luego vio de cerca la traición contra Juana de Arco de los militares franceses y hasta del rey, quienes la entregaron a los ingleses.
fue juzgada por la Inquisición bajo la acusación de hechicería, condenada a muerte y quemada en la hoguera en Ruan en 1431.
Mientras ella es recordada como una santa, él pasó a ser la personificación del mal en Francia.
Joven e inmensamente rico, dejó las armas, se retiró, se entregó a una vida de excesos, brujería, orgías y a su obsesión con el sexo y la muerte.
No obstante, nunca dejó de rezar; su hogar contaba con unas 80 personas que incluía un coro privado, además de ser extremadamente generoso. Pero ni siquiera una fortuna como la de él podía sostener tal estilo de vida; debido a ello, recurrió a la alquimia.
Sabía que era ilegal, pero su dinero se estaba acabando así que necesitaba esa elusiva fórmula para convertir metales en oro. No lo logró, por supuesto, así que se vio forzado a vender propiedades.
Fue entonces cuando sus excesos dejaron de ser tolerados por sus parientes que temían por su herencia y entonces la demás realeza, como el duque de Bretaña, vieron la oportunidad de hundirlo.
De acuerdo a los rumores, cada vez que el barón de Rais visitaba alguna de sus propiedades, niños del área desaparecían.
En su afán por procurarse víctimas, se dijo que Gilles de Rais empleaba a una mujer que recorrían los pueblos y las aldeas persuadiendo a los niños para que fueran a sus castillos prometiéndoles que los harían pajes.
Todo lo que pasaba tras las puertas aparece en las minutas del juicio, en la confesión de uno de sus sirvientes.
“A veces les cortaba la cabeza; otras, solo la garganta, y en otras ocasiones les rompía el cuello a golpes. Después de que las venas estaban cortadas para que languidecieran mientras su sangre se derramaba, Gilles a veces se sentaba en las barrigas de los niños y sentía placer. Inclinándose sobre ellos, los veía morir”.
Otros testigos cuentan cómo abría los cuerpos de niños y tenía relaciones sexuales con ellos mientras sus cadáveres todavía estaban calientes.
También lo acusaban de hacer cosas inmencionables con el diablo.
Después de cada sangrienta noche, Gilles salía al amanecer y recorría las calles solitario, como arrepintiéndose de lo hecho, mientras sus secuaces quemaban los cuerpos de las víctimas.
En algunas ocasiones se arrepentía y juraba partir hacia Tierra Santa para redimir sus pecados, pero al poco tiempo volvía a cometer las mismas atrocidades.
Probablemente la aristocracia tenía conocimiento durante años de estos delitos, pero no les habían prestado atención pues las víctimas, ante sus ojos, no tenían ningún valor, pero se convirtieron en el pretexto para un juicio en su contra.
En septiembre de 1440 Gilles de Rais fue acusado de asesinato, brujería y sodomía. Fue juzgado por el tribunal eclesiástico y el civil.
Sus sirvientes y Gilles fueron sentenciado a ser torturados, pero sabiendo que era imposible resistir el dolor, prefirió hablar.
Gille de Rais les habló abierta y voluntariamente a todos, confesó que, debido al ardor y placer al satisfacer sus deseos carnales, había tomado a un gran número de niños y que a veces los había sometido a varios tipos de tortura.
Cometió sodomía cuando estaban agonizando y sentía placer besando niños que ya estaban muertos y juzgando cuál de ellos tenía la cabeza más bella; después hacía que sus sirvientes tomaran los cuerpos, los quemaran y los redujeran a cenizas.
Estas no son ni de lejos las confesiones más repugnantes o macabras; se calculó que mató entre 80 y 200 menores, la mayoría varones.
Las autoridades lo habían amenazado con la excomunión y una eternidad en el infierno, a menos de que confesara y le dijeron que con su detallado testimonio se aseguró un lugar en el cielo.
Gilles de Rais pidió que su confesión fuera publicada en francés, para que la multitud la pudiera entender, en vez del obligatorio latín usado en las cortes.
El tribunal lo condenó a ser ahorcado y quemado, la ejecución tendría lugar por la mañana entre las 11 de la mañana y el mediodía.