Durante el verano del 1993, los padres de Eric Smith quisieron que su hijo asistiera a un campamento de verano y pudiera así relacionarse con otros niños. Allí, el 2 de agosto, Eric Smith se alejó en su bicicleta por los alrededores y halló en un parque cercano a un niño de 4 años de edad. Derrick Robie también se encontraba jugando solo al fútbol, apenas a dos manzanas de su casa, equipado únicamente con un bocadillo y un refresco, La madre de Derrick tiempo después diría que esa fue la primera ocasión en que dejó ir solo a su hijo al parque.
Al niño mayor no le resultó difícil obligar al tranquilo Derrick a que lo acompañara a una zona boscosa cerca de la zona. Lejos de los ojos del vecindario, Smith estranguló al pequeño con sus propias manos y, cuando el niño de cuatro años se encontraba moribundo, le introdujo en la boca la bola aplastada de lo que minutos antes fue un bocadillo envuelto en plástico.
A continuación, el niño pelirrojo levantó en el aire una piedra de doce kilos y la arrojó varias veces sobre la cabeza del menor. Una piedra más pequeña le sirvió para provocarle otra lesión en el pecho. El niño ya estaba muerto, pero Eric Smith siguió maltratando su cuerpo. Tras arrojar un refresco sobre el cadáver, el niño pelirrojo le bajó los pantalones y, «en un último acto de sadismo, introdujo un pequeño palo a través del ano». Como si nada hubiera sucedido, Eric volvió al campamento a seguir jugando.
Alrededor de las 11:00 horas, la madre del niño, Doreen Robie fue al parque a recoger a su hijo, solo para descubrir que no estaba allí. Después de cuatro horas de investigación, se encontró el cuerpo y el caso se convirtió en una noticia de alcance nacional por el sadismo del crimen. En los siguientes días, Eric fue uno más de los niños interrogados del campamento e incluso fue él mismo quien se dirigió primero a los agentes. La Policía concluyó que el pelirrojo había sido el último en ver con vida a la víctima y, de modo repentino, él mismo lo confesó todo sin mostrar remordimiento. El rastro dejado por el adolescente, dejaba pocas dudas. Después del asesinato, había dejado los lentes tirados cerca y había marcas de sangre en el espejo de su lavabo.
Un año después del crimen, Smith, de 14 años de edad, fue juzgado como un adulto según las leyes de Nueva York. Durante el juicio, el abogado defensor argumentó que su cliente no era responsable de sus actos y sufría un trastorno mental, que le llevó a matar en un arranque de rabia patológica y sin provocación; es decir, «síndrome explosivo intermitente» debido a tantos años de acoso escolar e ira reprimida. Un argumento que sus padres corroboraron. En otra ocasión –narraron ante el juez– Erik había experimentado un ataque de violencia súbito en casa. El niño desató su ira golpeando un árbol hasta que le sangraron los nudillos.
Un psiquiatra explicó en el juicio que la madre de Eric tomó un fármaco antiepiléptico durante el embarazo que pudo haber causado problemas al feto. Al joven asesino se le describió como un niño de un bajo coeficiente de intelectual, serios problemas de autoestima personal y un defecto físico en las orejas que le provocaba bromas pesadas de sus compañeros de escuela (efecto secundario del medicamento). Otros testigos de la defensa dijeron que el padrastro del muchacho lo había maltratado físicamente. Sin entrar en el origen de su comportamiento, el fiscal John Tunney se limitó a presentar al joven tal y como había actuado, un pequeño sádico, que cometió un horrendo crimen a sangre fría y disfrutó el proceso.
Sin remordimiento por su crimen
Nada de lo dicho por la defensa sirvió para rebajar la pena. Los seis hombres y seis mujeres del jurado rechazaron que una posible enfermedad mental lo eximiera de culpa y, aunque fuera de verdad un muchacho enfermo, lo más recomendable era limitar su libertad para evitar otros ataques explosivos. Tras siete horas deliberando, el jurado declaró a Eric Smith culpable de asesinato en segundo grado, lo que se tradujo en la pena máxima entonces disponible para asesinos menores de edad: un mínimo de nueve años a cadena perpetua en prisión.
Mientras el menor permanecía impasible escuchando que iba a pasarse la vida en la cárcel, la madre del joven asesinado lanzó un sollozo y se abrazó con su marido. La abuela se desmayó en plena sala.
Smith ha basado estos años su discurso en que la ira había ido germinando en su interior a causa de los abusos sufridos en el colegio: «Empecé a creer que yo no era nada ni nadie. Sentí que cuando iba a la escuela iba al infierno, porque eso es lo que era para mí…». Sin embargo, cuando se le ha preguntado por qué cometió el asesinato la respuesta siempre ha sido igual de ambigua: «Porque en vez de herirme a mí, el daño se lo estaban haciendo a otra persona por una vez». Sobre si disfrutó durante el asesinato, la contestación de Eric no deja lugar a dudas incluso hoy: «En ese momento, sí».
Eric Smith cumplió parte de su condena en un reformatorio hasta que alcanzó la mayoría de edad, en 2001, momento en el que fue trasladado a una prisión ordinaria. En la prisión de seguridad intermedia de Collins, en el Condado de Erie, durante una década trató de que se le concediera la libertad condicional. La cual fue rechazada 8 veces. Su obstáculo para lograr salir es que Eric debí demostrar que siente remordimientos por lo que hizo y hasta ese momento había sido incapaz de convencer a los tribunales de ello.
Finalmente, tras 27 años en prisión en su décimo intento de obtener la libertad condicional, compadeció el 16 de octubre obteniendo su libertada el pasado 17 de noviembre a los 41 años. Los padres de la víctima, Dale y Doreen Robie, se opusieron a la liberación de Smith cada vez que se consideró previamente. La familia ha decidido no comentar sobre la última decisión.
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