Cuenta una leyenda que cuando el sol se está ocultando y las calles comienzan a quedarse vacías, una figura misteriosa y sombría vaga por los rincones buscando las almas de los incautos que pueda reclamar, se trata de un ente que recibe su nombre por su vestimenta.
Portando un elegante traje negro con detalles de oro y plata la gente lo conoce como “El Charro negro”.
Se dice que provenía de una familia humilde, sin embargo, la avaricia le ganó, encontró la forma de invocar a Lucifer y aquella oscura noche la maligna entidad supo leer los ojos y el espíritu del hombre que lo había llamado, ofreció dinero y riquezas a cambio de condenar su alma.
Pero paso el tiempo y el acuerdo quedo en el olvido, la gente ignorando aquel acontecimiento, siguió con su vida cotidiana durante generaciones.
La pobreza llego y numerosas familias de jornaleros trabajaban casi en la esclavitud. Entre ellos se encontraba Juan, un hombre ambicioso que no dejaba de quejarse de su suerte.
Al terminar la jornada, fue a la cantina más cercana y comenzó a beber en compañía de sus amigos. Entrado en copas, les comento “La vida es injusta, daría lo que fuera por ser rico y poderoso”.
Cuando de pronto, una entidad de aspecto alto y vestido de negro se apareció, con voz hueca y apagada le dijo: “tu deseo se puede hacer realidad”.
Las personas que se encontraban en el lugar, al escucharlo entraron en pánico y rápidamente se retiraron del lugar.
Las órdenes del misterioso hombre fueron, acude está media noche a la vieja mina abandonada y espera a mi llegada. Juan asistió puntual y espero en la entrada, pero no vio nada extraordinario. Al retirarse y con la luz de la luna, descubrió que en un agujero había una víbora que lo observaba fijamente, impresionando con el tamaño aquel animal, decidió llevarlo a su casa para poder venderlo. Más tarde al llegar, la depositó en un viejo pozo de agua que se encontraba seco y lo tapó con tablas.
Cuando se durmió, Juan soñó con la víbora, quien le decía: “Gracias por darme tu hogar y aceptar que entre en tu alma, al despertar encontraras en tu granero el pago por tu favor; si decides aceptarlo, tendrás que darme a cambio al menor de tus hijos”.
Juan tenía dos hijos, uno de seis años y un bebé de seis meses, al despertar se dirigió al granero y como la serpiente indico, encontró una bolsa llena de monedas de oro. Enseguida el llanto de su esposa lo sacó de su concentración, su hijo menor había desaparecido, mientras que la niña señalaba atónita al pozo donde se encontraba la serpiente. Al retirar las tablas, Juan encontró a su pequeño despedazado al fondo y no había rastros de la víbora.
Con el paso del tiempo y como consuelo, empezó a adquirir terrenos y construyó una gran hacienda, meses después, en sus sueños la serpiente le hizo más tratos, “Ampliar su fortuna a cambio de más hijos”.
Sin pensarlo, Juan se hizo de muchas amantes, todas de pueblos lejanos. Cuando daban a luz, el hombre se aparecía y exigía a los menores para criarlos él mismo, creciendo considerablemente su fortuna hasta el día de su muerte.
Durante el velorio, se respiraba un ambiente sombrío mientras la gente rezaba al pie de su ataúd, un aire helado recorrió el lugar anunciando una llegada, en la puerta principal un charro vestido de negro susurro “¡Juan he venido por lo que es mío!, ¡estoy aquí por el último pago!”
Al decir esto, desapareció entre llamas dejando un olor a azufre. La gente perpleja y sin creer lo que habían presenciado, abrió el ataúd y lo encontraron vacío. Desde entonces, se sabe que aquel Charro Negro busca a quién cambie su alma y la de los suyos a cambio de riquezas.
Según la leyenda, aquel humilde hombre condenado conocido como el charro negro se sigue apareciendo por las noches, en las calles de las ciudades y caminos rurales, ofreciendo a los incautos riquezas y llevarlos, pero si la persona accede a subirse al caballo o recibe monedas de este, su alma quedará condenada.