En el corazón de Perú, en 1982, un hombre llamado Donato Cervantes se vio envuelto en un misterio que desafiaría todo lo que creemos saber sobre la realidad.
Un accidente automovilístico destrozó su brazo. Los médicos le dijeron que nunca volvería a usarlo, que la amputación era la única opción.
Pero Donato aseguraba que algo extraordinario sucedió esa noche. Luces extrañas en el cielo, figuras sombrías que lo llevaron a una nave… y un dolor insoportable que se convirtió en una extraña sensación de calor.
Al despertar, su brazo estaba intacto. No solo eso, sino que poseía una fuerza sobrehumana. Podía doblar barras de metal, levantar objetos imposibles… y curar a otros con un simple toque.
La noticia de sus poderes se extendió como un reguero de pólvora. Enfermos, desesperados, acudían a él en masa. Pero con cada curación, Donato sentía que algo oscuro crecía en su interior.
Las pesadillas comenzaron. Voces en su cabeza, visiones de ojos alienígenas, de experimentos macabros. Sus poderes se volvieron inestables, peligrosos.
Los seres que le dieron sus poderes lo abandonaron, dejándolo a merced de la oscuridad que había despertado en él. Donato se convirtió en un prisionero de su propio cuerpo, un alma atormentada por las fuerzas que lo habían tocado.
Donato Cervantes murió en 2013, llevándose consigo el secreto de su encuentro con lo desconocido. Pero su historia nos deja una pregunta inquietante: ¿estamos realmente solos en el universo? ¿Y qué precio estamos dispuestos a pagar por el conocimiento?
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