El barrio de Coyoacán encierra un sinfín de misterios, entre sus calles empedradas se localizan jardines, iglesias, museos y distintas obras arquitectónicas de la época colonial que dan testimonio de los acontecimientos del pasado.
Se dice que, en sus inicios, este barrio era un bello pueblo situado en la periferia de la ciudad donde los ricos hacendados viajaban para vacacionar y muchos de ellos optaron por empezar a vivir ahí, sin embargo, no imaginaban que, en ese barrio además de su belleza, el lugar escondía terribles secretos y leyendas.
En aquel tiempo uno de los hijos de quienes eran los dueños de las grandes haciendas que ahí se construyeron, era un joven muy bien parecido, que se aprovechaba de su galanura para salir con cuanta mujer bella se le pusiera enfrente.
Un día, el apuesto joven conoció a la mujer más hermosa que sus ojos hubieran visto y no dudó ni un momento en conquistarla, y aunque había rumores entre los pobladores de que no era una buena mujer, el decidió casarse con ella.
Todo iba bien en este joven matrimonio, ella, además de bella, era una mujer muy hacendosa y excelente cocinera; el único inconveniente era que todos los días guisaba moronga, situación que con el tiempo empezó a fastidiar al recién casado quien, un día platicando con un amigo de la infancia, comentó su enfado.
Al saber de esto, el amigo no dudo en contarle lo que la gente decía acerca de su mujer, la tenían catalogada como una bruja y aquello de la moronga se debía a que por las noches salía a chupar la sangre de los bebés en el barrio.
Al no creer en supersticiones, el joven esposo, sin decir nada y desconcertado se levantó y se fue a su casa; al llegar se dio cuenta que una vez más su esposa había preparado moronga y decidió encarar a su mujer preguntando por su insistencia en preparar siempre lo mismo.
Ella respondió de una manera muy poco convincente que su padre tenía un rastro y que de los sobrantes a ella siempre le tocaba la sangre.
Al no quedar satisfecho con la respuesta de su mujer, el joven no durmió esa noche con la intención de sorprender a su amada, quien al cabo de unas horas se levantó y caminó hacía la chimenea. Él sigilosamente siguió a la mujer, al llegar a la habitación donde se encontraba ella, vio lo inimaginable; su esposa comenzó a quitarse la piel y se convirtió en una bola de fuego, la cual salió volando por la chimenea.
Con sentimientos encontrados y sin pensarlo dos veces, el hombre optó por quemar la piel de la bruja, la echó fuego para que se consumiera.
Horas más tarde, casi a punto de salir el sol, regresó aquella bola de fuego que tanto lo aterrorizó, sin embargo, está no encontró su piel, por lo que, en la desesperación de aquella bruja, gritaba y se azotaba por las paredes de su hogar.
Cuando el cielo empezó a aclarar y el sol se asomó, el fuego se consumió y nunca se volvió a saber de aquella bella mujer.